¿Cuántas veces escucháis frases como…?
– Más vale una vez rojo que cien amarillo…
– La verdad siempre duele…
– Mejor vivir en la ignorancia…
– Ojos que no ven…
Y tantas otras que nos hablan de no decir la verdad, de no querer escucharla, o verla…es decir, que nuestros sentidos (voz, ojos, oídos…) no perciban mentira. ¿Por qué? ¿Porque la mentira duele, duele mucho más que la verdad?.
Las palabras por sí solas no tienen bondad o maldad, ni siquiera tienen sentido si no se lo damos, ¿mentira?, ¿verdad?, ¿excusa?, ¿observación?, … ¿qué significan de forma aislada y para cada uno de nosotros?. Nada…carecen de sentido, si no hay un juicio o creencia anterior a ello… ahí está la cuestión. En la intención y la forma que se emplean en expresarlas y en recibirlas. Lo que para ti es una verdad sobre mí, que según tú, podría herirme si me lo dijeras, o me lo hicieras ver …
En primer lugar, ¿es verdad para mí?; en segundo lugar, aunque lo fuera, ¿causaría en mí todos esos sentimientos negativos que tú crees?; o ¿están en ti y en tu miedo y demás emociones que sientes ante esa “verdad”? .
¿Te has parado a pensar que en ocasiones está en ti ese sentimiento de miedo, rabia, pena, tristeza, dolor…esa cuestión que para ti es verdad?.
Piensa en “verdades” que según tú lo eran y no has dicho a la persona que le podrían interesar, ¿lo has hecho pensando en ti o en esa persona?; ¿crees que mentirle, al no decirle la verdad, le beneficia más?, ¿o te beneficia a ti?.
Hasta las verdades dolorosas nos enseñan, aprendemos de ello; lo que nos cuesta más, al menos a mí, es entender la mentira, el porqué no se confía en mí, en mis sentimientos, en mi capacidad de aceptación y entendimiento y superación de la verdad. ¿Te paraste a pensar en eso?, ¿en qué puede que tu buena intención de ocultarme la verdad, pueda acabar provocando que, me acabe enterando, y sentir que me has mentido y en ese momento mis emociones y pensamientos se centren más en entender el para qué de la mentira que el porqué de la verdad?
A mí dime la verdad siempre, desde tu honestidad y tu amor (intenciones sanas), y ya decidiré yo cuanto duele…
Os dejo com-partiendo una enseñanza socrática sobre los filtros que deben pasar nuestras conversaciones.
El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa y le dice:
-Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia…
-¡Espera! -le interrumpe el filósofo-. ¿Hiciste pasar por los tres filtros lo que vas a contarme?.
–¿Los tres filtros? -preguntó su discípulo.
-Sí, el primero es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
-No. Lo oí comentar a unos vecinos.
-Al menos lo habrás hecho pasar por el segundo filtro, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
-No, en realidad no. Al contrario…
-¡Ah, vaya! El último filtro es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
-A decir verdad, no.
-Entonces -dijo el sabio sonriendo-, si no es verdad, ni bueno ni necesario, sepultémoslo en el olvido”
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